La vida que cambia 🌞
Este jueves inició la segunda parte de una formación en escritura terapéutica que empecé el año pasado.
Me removió muchas cosas por dentro, porque recibiendo la primera parte, mi vida era una vida distinta.
En ese momento, estaba viviendo una historia de amor muy linda, y estaba viviendo un viaje soñado.
Estaba, mientras recibía una de las clases, al noreste de Estados Unidos, viendo las hojas caerse, cambiar de color, el viento llevárselas, a través de la ventana frente a la cual recibía la clase.
Luego, para una próxima sesión, estaba en Portugal, en un apartamento diminuto cerca a un río lleno de vida, a las once de la noche, trasnochada, con un sueño inmenso que se desvanecía en cuanto empezaba la clase, y que volvía a la una de la mañana en cuanto terminaba.
Y antier, pasados un par de meses, al conectarme de nuevo a clase, ver las caras conocidas de mis compañeras, escuchar a mi profesora, sentirme viviendo algo que ya había vivido, vi cómo la sensación parecía la misma, pero ahora era desde una vida distinta desde la que la vivía.
Me embargó esa sensación de dejavú, no como lo conocemos, porque no era la misma escena, era casi la misma escena, pero en medio de un cambio que lo había transformado todo.
Ya no había historia de amor.
Ya no había hojas cayéndose.
Ya no había zonas horarias distintas.
Me impactó mucho, esa sensación que me embargó, así que empecé escribir.
Y lo cierto es que empecé a escribir, pero no le di vida más que a un par de líneas.
Las retomé, en este instante –dos días después– gracias al compromiso que hice público de enviarles este Fragmento, porque la verdad no sabía qué era exactamente lo que quería decirles.
Porque en realidad, no sabía qué era lo que exactamente estaba sintiendo.
Así que me siento ahora frente a estas palabras, para ver qué es eso que me llevó a escribir, y qué es eso que existe bajo lo que escribo.
Lo cierto es que sentí nostalgia, al comienzo de la clase de este jueves, por la vida vivida hace un par de meses (y sin embargo, esa nostalgia no habla de una vida mejor que ya no está, tan solo habla de una vida diferente).
Pero más que nostalgia,
puedo decir que sentí asombro.
Asombro por el movimiento de la vida que no para de moverse.
Asombro por la vida que se sigue moviendo con sus días y sus tiempos y sus cambios y nos muestra cómo todo lo que alguna vez pudimos haber contemplado, no fue más que una imagen que nos inventamos.
Invenciones, que tantas veces, nos pesan porque no son pintadas desde lo mejor que podría pasar, sino, casi siempre, desde lo peor que podría pasar.
Aquí me explico:
Antes de ese viaje, y en medio de esa historia de amor, mi mente dio tantas vueltas
–tantas–.
Pinté tantos inventos
–tantos–.
Me imaginé tantas cosas
–tantas–.
Y nada de lo que contemplé desde ese campo mental ansioso y acostumbrado a no ver el sol en el horizonte cuando me olvido de buscarlo, se materializó.
Por el contrario, todo lo mejor que podría ocurrir,
ocurrió.
Incluso aunque la historia de amor no perdurara en el tiempo.
Incluso aunque su cierre fuera doloroso.
En medio de ese viaje, y en medio de esa historia de amor, la vida me demostró, como siempre, lo contrario.
Nada de lo peor que podría pasar, pasó.
Y dos meses después, ya en mi casa, ya sin hojas cayéndose, ya sin vida en una zona horaria distinta, recibiendo una clase que se sentía ya vivida, con personas a las que ya conocía, a eso fue a lo que volví, por encima de la nostalgia:
A la forma en que la vida se sigue moviendo, y no para de moverse, y cómo si se lo permitimos, ella nos va moviendo, mostrando, guiando, aunque tantas veces, lo que pensemos, es que se ha olvidado del camino, de la ruta, o incluso, que se ha olvidado de que nosotros estamos ahí, buscando el camino.
Pero la vida no se olvida de nosotros.
Y la vida no va andando sin nosotros.
Y la vida no ocurre por azar.
Y en realidad: LA VIDA ES EL CAMINO MISMO.
Y acá cabe decir: si lo peor que podría pasar se ha materializado, es porque no es lo peor que podría pasar. Puede sentirse, como lo peor, y como el lugar sin salida del que no sabemos cómo vamos a salir, y como la materialización de la mala suerte hecha vida.
Pero en la vida no existe la suerte –ni la buena ni la mala– y eso peor que podría pasar, si está ocurriendo, es porque viene a entregarnos algo. Si todavía no vemos qué es lo que nos entrega, es porque todavía falta un poco de ese camino por recorrer.
Pero vuelvo al comienzo: la clase de este jueves me llevó a lo que ya había vivido, pero me mostró, todo lo que he vivido desde entonces, y el permanente cambio del que se trata esta vida, que no se detiene, que no está mal hecha, y que cambia porque eso es lo que está diseñada la vida para hacer: cambiar.
Por último, y cierro con esta frase que apareció mientras terminaba de escribir, porque seguro habrá alguien aquí que llegó solo para leer esta frase:
No todas las historias tienen que ser largas, y no por eso son menos hermosas.
Pero me retracto, cierro ahora con esta:
Permítete sentir la nostalgia,
pero asegúrate de que no te ancle al pasado.
Y ahora sí de verdad, me despido con esta:
No le creas a tu mente, permite que tu vida suceda y confía en que la vida sabe algo que tú no sabes.