¿Club Nostalgia? ⌛
Estoy leyendo el nuevo libro de Brené Brown Atlas of the Heart y sincrónicamente el capítulo que leí ayer hablaba sobre la nostalgia.
Este empezó con la siguiente cita por Stephanie Coontz:
“No tiene nada de malo celebrar las cosas buenas de nuestro pasado. Pero los recuerdos, como los testigos, no siempre dicen la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad. Necesitamos contrainterrogarlos, reconociendo y aceptando las inconsistencias y lagunas en aquellos que nos hacen felices y orgullosos, así como en aquellos que nos causan dolor.”
Luego, la autora presenta una investigación de los años 1600 de un médico que empezó a notar ciertos síntomas en personas que vivían lejos de casa, y que empezaban a enfermarse.
A ese fenómeno se le atribuyó el termino médico nostalgia, en 1968, que tiene como origen la palabra griega costos (volver a casa) y alga (dolor).
Me acuerdo de que cuando volví de la India, al año siguiente, escribí y compartí un post en el que les preguntaba quiénes hacían parte de ese Club Nostalgia en el que me encontraba, extrañándola.
Me acuerdo también, compartiendo una historia llorando pensando en ella.
Y me acuerdo también, de un comentario de alguien muy cercano a mi corazón que me dolió mucho y me causó mucha rabia en su momento.
Esa persona vio esa historia, y todo lo que estaba compartiendo por entonces, y luego en una conversación que tuvimos me dijo que eso no era sano, que necesitaba hacer algo, porque entendía ese amor que podíamos llegar a sentir por lugares –en este caso– pero que la forma como se estaba manifestando en mí hablaba de algo que no estaba bien, que era desproporcionado.
Me dolió porque sentí que lo que estaba sintiendo, no estaba siendo validado.
Y me dio rabia, porque quién se creía él para decirme qué tan proporcionado era o no lo que sentía –mi ego hablando–.
Pero mucho tiempo después, entendí, que tenía razón.
Y tiempo después escribí, tras leer sobre ella, que contrario a la idealización en la que la tenemos, la nostalgia nos sitúa en lo que no está, y nos roba de lo que existe.
Yo estaba mal, por ese entonces, y ese “mal” se salía por mi piel en forma de nostalgia.
Y como estaba mal, la nostalgia se exacerbaba y me llevaba a aferrarme y a extrañar un pasado que ya no estaba, peleando con el presente que existía ahí, conmigo.
La nostalgia idealiza, nos sitúa en el centro de situaciones, personas o lugares que ya no están, y nos impide ver lo que existe en toda su completitud, porque lo de hoy “jamás será tan bueno como lo que existió”.
Pero eso no es cierto.
Porque los “jamás” y los “siempre” y los “nunca” y los “todo”, los pone el ego, el miedo, el extremo, que nunca nos habla de amor.
Pero sé, lo difícil que es no creerle a esa nostalgia, o a ese ego, y lo mucho que puede arrugar el corazón.
Y empecé escribiendo este Fragmento diciendo que era sincrónico que el capítulo de ayer hablara sobre nostalgia, porque hace unas horas eso fue lo que sentí.
–Que tal vez sea mucho más lo que siento (lo es) pero lo sigo descifrando–.
Hoy me pesa un poquito el corazón, aunque me pesa por su ausencia, por un vacío nuevo, por un par de gramos que se han restado de mi peso corporal.
Me pesa por la ausencia de lo que me abraza(ba) hace tanto tiempo.
Hace tres años y tres meses, exactamente.
Y sé que no me entienden, así que se los explico:
Hoy fui a renovar el pasaporte, y me tuve que quitar la gargantilla que me acompañaba desde entonces.
Y cuando digo quitar, me refiero a cortar.
La tuve que cortar porque había sido sellada con fuego, así como está sellada en mi corazón.
Por eso, antes de que la señorita que me iba a ayudar a cortarla la cortara, le dije que esperara un segundito, y cerré los ojos y le dije adiós.
Al salir, al contarle a mi papá, me dieron ganas de llorar, pero no lloré.
Después me senté a escribir, y sentía ganas de llorar, pero no hubo lágrimas.
No las impedí, simplemente, no llegaron.
Pero ahora que les escribo a ustedes, a las siete de la noche, es cuando aparecen.
Y siento la nostalgia, y al mismo tiempo sé que es hora de soltar.
Este año es especial para mí –el por qué se los compartiré más adelante– y creo que esa necesidad de cortar lo que ha estado a mi lado durante tanto tiempo, hace parte de ese carácter especial.
Cierro con esto:
Que alguien nos diga que lo que sentimos es desproporcionado, no significa que necesitemos dejar de sentirlo, ni que esté mal.
Pero sí podrá significar, tal vez, una oportunidad para mirarnos, para ver de dónde viene eso que sentimos, y qué podemos hacer, para que el hoy se tiña de algo distinto, aunque el pasado parezca quedarse con todos los colores.
Porque el pasado no se queda con todos los colores, pues los colores existen para vivirlos, verlos, tocarlos, y el pasado, por no existir más, es algo que no puede entregarnos:
vivir, ver, tocar,
mas que en nuestras mentes.
Que a la vida, entonces, la vivamos con las manos,
y no con la mente.
Que recordemos que sentir hace parte de esas manos,
y que esas mismas manos pueden apoyarnos para empezar a sentir algo distinto.
25 de enero de 2022
PD. Con nuestras manos, la escritura. Mi nuevo curso, La vida que escribimos, para apoyarnos ❣️
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Este será el ÚLTIMO grupo con este precio de lanzamiento, así que si quieres unirte, no lo dejes pasar.
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