Mi historia con la culpa y la vergüenza
Les escribía la semana pasada que fue una semana retadora, por motivos que no son el que vengo a contarles aquí abajo. Y, sin embargo, en medio de la semana retadora, resurgió el motivo que vengo a contarles aquí abajo.
Resurgió y me senté con él y sentí: ya ha pesado demasiado tiempo (pesado con e). No quiero seguir cargándolo más.
Y como las sincronicidades nunca se ausentan, hoy estaba escuchando un podcast de Oprah con la Dra. Edith Eva Eger, luego de sentir lo anterior y de contemplar si era hora de soltarlo, y en él dijeron:
What creates the shame is the secret. It’s holding the secret.
Lo que crea la vergüenza es el secreto. Mantener el secreto.
Y ese fue el punto final. O el punto de inicio.
Así que lo que quiero contarles aquí para poder soltarlo es algo de lo que no me enorgullezco, que me genera culpa y vergüenza –aunque todas las personas con las que me he sentado a hablarlo (un par de amigas, amigos, mentoras, mamá) me digan que no es motivo para sentirlo–.
Y es que al inicio de mi camino con Instagram, más o menos tras un año de crear mi cuenta anterior, creo que a inicios de 2018, pagué durante un tiempo un software para que automáticamente siguiera personas, y que así esas personas se enteraran de la existencia de mi cuenta, y –si querían– me siguieran de vuelta.
Eso llevó a que mi cuenta creciera mucho y muy rápidamente (al seguirlas, muchas de esas personas me siguieron de vuelta).
Y aduciendo a esto último es que las personas con las que he hablado de este tema en el pasado contándoles cómo me sentía, siempre me han dicho que no hay por qué sentir culpa o vergüenza: que no compré seguidores, que simplemente usé una herramienta para que las personas me encontraran, que no obligué a esas personas a seguirme de vuelta, que ellas decidieron seguirme porque les gustó lo que encontraron.
Y sin embargo. Desde el momento cero, cuando alguien muy cercano me recomendó esta herramienta aduciendo que era la forma para llegar a más personas, y tuve la oportunidad de decidir si pagar el programa o no, sentí que algo no estaba bien del todo y por eso lo dudé durante un tiempo, pero aun así terminé haciéndolo porque en efecto mi intención era llegar a más personas.
En retrospectiva, hoy, con lo que sé, con el camino recorrido, no lo habría hecho. Pero en ese momento, lo hice. Y si hubiera podido actuar diferente, lo hubiera hecho.
Pero no existe tal cosa como “y si hubiera…” porque de haber podido, lo habríamos hecho, siempre. Porque ninguna de nosotras quiere equivocarse ni sufrir voluntariamente.
Desde un lugar más elevado, hoy puedo verlo simplemente como eso, como un error: soy una ser humana que tomó una decisión equivocada. Aunque para ojos ajenos, y desde la neutralidad, ni siquiera sea percibido como un error, sino como una oportunidad: gracias a esa decisión, en ese momento, te encontraron muchas personas que de otra forma no te habrían encontrado, o no tan rápido, y a las que has podido apoyar desde entonces.
Pero desde mis ojos (mente, ego, corazón) sí fue un error que quisiera no haber cometido, por la cantidad de culpa y vergüenza que me ha generado, y por la consecuente subvaloración de lo que he construido a la que me ha conducido.
En su momento, cuando decidí crear una nueva cuenta para “empezar de cero” (entre comillas, porque nunca empezamos de cero, siempre construimos sobre lo recorrido), no tuve la suficiente valentía para expresar que gran parte del motivo para hacerlo es este que les estoy compartiendo: la culpa y la vergüenza por la decisión que tomé hace ya tantos años, y la necesidad de “enmendar” mi error y empezar otra vez.
Incluso esta decisión de escribir este Fragmento y de expresarlo en otros medios, viene de eso tan ancestral, tan anclado en nuestro sistema, tan impregnado en nuestro ADN: la culpa, la creencia de que si cometimos un “pecado” tenemos que confesarlo y luego necesitamos un castigo para redimirlo.
Esta es una confesión, porque aunque he aprendido mucho sobre la culpa, y aunque enseño sobre la culpa, y acompaño a las personas a navegar la culpa (cuando no es la nuestra es mucho más fácil), la mía ha permanecido tan anclada en mí, que sentía que la única forma de soltarla y seguir caminando hacia adelante, era “confesarla” (qué fuerte lo que cargamos, aunque desde la mente sepamos que existen formas distintas de vivírnoslo).
Porque: Lo que crea la vergüenza es el secreto. Mantener el secreto.
Y porque, en palabras de Brené Brown:
“La vergüenza deriva su poder de no ser hablada. Si cultivamos la suficiente autoconsciencia sobre la vergüenza para nombrarla y para hablar sobre ella, básicamente la cortamos de raíz. La vergüenza odia tener palabras a su alrededor. Si hablamos nuestra vergüenza, empieza a perecer. De la misma forma que la exposición a la luz era fatal para los gremlins, el lenguaje y las historias iluminan la vergüenza y la destruyen.
[…]
Mientras menos hablemos sobre la vergüenza, más poder tiene sobre nuestras vidas.
[Y]
La vergüenza es el miedo a la desconexión. Es el miedo a que algo que hayamos o no hayamos hecho, un ideal que no hayamos alcanzado, o una meta que no hayamos logrado, nos vuelva indignas de conexión.”
Y mi gran miedo por el que pospuse tanto hablarles de este motivo para mi culpa y vergüenza en efecto ha sido ese: ser percibida de forma distinta, que la imagen que las personas tienen sobre mí cambie, ser juzgada y que ya no sea una persona admirada y valorada”.
Pero bueno, aquí estoy enfrentando este gran miedo.
Porque la única forma para que nuestros miedos pierdan poder, es esa:
Enfrentarlos.
Gracias por llegar hasta aquí, por caminar conmigo, y por siempre recibir lo que tengo por entregarles.
PD. En el último episodio ya disponible de Lo que nos habita podcast también me sumerjo en este tema. Aquí el link por si quieres escucharlo.