Sangro con la luna nueva. Otra vez antes de tiempo y esta vez no le encuentro explicación al por qué (pero no todo hay que entenderlo).
Se supone que ayer iba a empezar a hacer ejercicio después de tres o cuatro meses sin mover un dedo (la dicha) pero empecé a sangrar así que el ejercicio tendrá que seguir esperando.
No hay látigo por los cuatro meses de quietud (llena de movimiento).
No hay látigo porque también dije que al empezar septiembre iba a empezar a madrugar otra vez, pero mi cuerpo (y la lluvia en este bosque helado) eligieron otra cosa.
Es lo que es. Y el látigo ya ha sido mucho.
Siento que hay un montón de poemas en camino.
No han nacido y tal vez ni se han gestado pero yo ya los siento dentro de mi vientre como a la hija que espera su tiempo que ya está aquí aunque no haya llegado.
Algunos ya nacieron y me dicen que un día, tal vez no muy lejano, van a ser escuchados.
No leídos.
Escuchados.
Y algunas aquí ya sabrán lo que eso significa.
Escribo esto sentada en el piso en un recuadro de sol que se cuela por la puerta de Sienna.
Dicen que el sol lo llevamos dentro, pero a veces hay que buscarlo.
Ese sol que se escribe en masculino pero que es una ella, calienta mis manos sobre el teclado y yo me reacomodo dentro de este recuadro moviéndome hacia adelante para que el sol ahora toque mi cara y mis ojos no vean nada y yo pueda escribir con los ojos cerrados.
Antes de cerrar mis ojos que ya no ven nada, lo que veía cuando todavía veía era un millón de gotas iridiscentes todavía aferradas a las (¿hojas?) de los pinos que viven aquí conmigo.
(¿Cómo se le llama, a las hojas de los pinos? Lo buscaría en google –en realidad, en ChatGPT– pero tengo el wifi desconectado, y aquí en Sienna, alabado sea el señor, no hay recepción de celular).
Retomo.
Antes de cerrar mis ojos que ya no ven nada, lo que veía cuando todavía veía era un millón de gotas iridiscentes todavía aferradas a las (¿hojas?) de los pinos que viven aquí conmigo.
Gotas brillantes como si ellas fueran el tesoro.
Gotas brillantes como si fueran la respuesta, el llamado, la plegaria.
Algunas blancas, algunas rojas, algunas azules.
Y eso, es imposible.
Lo imposible, que veo con mis ojos.
Escribo esto, hoy, porque ya todo ha sido escrito.
Porque siete mujeres llegaron para caminar con una más (conmigo) durante tres meses, para entender de qué es de lo que hablo cuando hablo de poner lo real que nos habita, al servicio de la creación.
Y tal vez, sigan sin entenderlo (del todo) pasados estos tres meses.
Yo sigo sin entenderlo (del todo) pasados estos siete años.
Y así está bien.
Quiero mudarme a las montañas