Siento el bajonazo y quiero llenarlo con algo caliente, un cappuccino, aunque no me guste el cappuccino (me gusta la idea de él).
La semana después de terminar con M., comí ramen 5 días seguidos. Ahí me di cuenta de la forma en que uso la comida para anestesiarme.
Antes de eso nunca pensé que la comida fuera algo no neutral para mí, porque nunca he tenido temas con la comida. Ni trastornos alimenticios, ni dietas más allá de las “normales” (dios) en mi adolescencia, porque en últimas el ámbito de la comida/cuerpo no ha sido mi arena.
Y sin embargo, este año me he visto usarla para que duela un poquito menos, para que el vacío no sea tan insondable.
Me devuelvo a inicios de este año, se los compartí a mis mujeres de Escribir para sanar versión 2024: nunca había comido tanto helado como en ese momento. Todos los días, durante un par de semanas, tenía que salir de mi casa a comprar un helado. Nunca he sido de las que compra el litro (el bote, el tarro), y en mi casa esa tampoco ha sido la costumbre: tener helado a disposición.
Entonces yo salía a comprar mi porción, todos los días, creo que durante más o menos 14 días (una exageración, pero no estoy exagerando).
Y fue así porque mi inicio de año fue turbulento; había vacío, y dolor, y mucho trabajo con mis patrones (descubrir una cantidad de ellos, y sentarme con ellos), y necesitaba algo que me permitiera soothe, calmar (anestesiar), un poquito todo eso.
Y como el alcohol ya había salido de la ecuación, solo me quedaban (me quedan) dos cosas: Instagram, y la comida (y a veces, como este finde, un tercera: Netflix).
Así que bueno.
Les estoy contando esto porque hoy llegó el bajonazo (llega todos los días, pero hoy más fuerte que el resto), y quise llenarlo con algo caliente, un cappuccino, aunque no me guste el cappuccino (me gusta la idea de él).
No me he parado a comprarlo porque estoy aquí escribiendo esto. Tal vez me pare y lo compre y me arrepienta, como siempre. Tal vez esta vez, me demuestre algo distinto.
Me detengo en el bajonazo.
Hay tres tipos de él (en mi caso): el de las cosquillas, que me habla de creatividad que quiere nacer, el de la emoción con miedo, que me habla de algo real, y el del dolor, que yo no sabía que, durante todos estos años, lo único que me pedía era que lo sintiera.
Siempre ha estado, llega todos los días. Antes por las tardes. Últimamente lo he estado recibiendo por las mañanas, casi siempre, después de desayunar, cuando estoy lavando los platos.
Antes llegaba y mi mente lo convertía en: algo está mal. ¿Qué está mal? Pero yo no encontraba nada que estuviera mal, y por eso lo que hacía era pelear con él. Buscar que desapareciera. Enfocarme en lo positivo en mi vida. Ponerme a crear. Distraerme. Hacer algo.
Hoy ya sé que él no quiere que haga nada, solo quiere que lo sienta.
Entonces yo lo siento. Y a veces lo siento y llegan las lágrimas. Y a veces lo siento y no llegan. Pero lo siento siempre.
Como hoy, que me llevó a estar un largo rato en frente de la pantalla sin saber qué hacer, o en realidad sin querer hacer nada (hoy llegó mas tarde, me encontró en el cafecito), hasta que sentí las ganas del cappuccino que no me gusta (y por eso lo pude ver con más claridad: a ese bajonazo que quiere que lo llene con algo, pero que en realidad, solo quiere que lo sienta), así que en vez de pararme a comprarlo, me puse a escribir sobre él.
Y llegaron las lágrimas, porque tantas veces, eso es lo que hace la escritura: catalizarnos hacia lo que es difícil sentir de otra forma. Abrir la llave.
Y bueno, abrí la llave, gracias a ella.
Y aquí estoy, con un bajonazo menos hondo, con un vacío menos grande, con un propósito honrado (sentirlo) y con un pedacito de lo real que me habita, al servicio de la creación.
Para aprender a relacionarse distinto con sus propios tipos de “bajonazo”, nos vemos en la segunda clase gratis dentro de NUESTRA ARENA, este miércoles 2 de octubre a las 12:30 del medio día hora Colombia (GMT -5).
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Abrazo 🫂