Siento las cosquillas
Los toques en la puerta.
La sensación apremiante.
Lo inmenso que no tiene forma que no tiene nombre que no sé que dice que no sé que quiere o miento siempre sé que quiere y lo que siempre quiere es que la escriba.
A eso que todavía no se ve que no tiene forma que no tiene nombre que no sé que dice pero que siento, aquí, tan grande, tan apremiante, tan urgente, tan insistente, tan reclamante –no importa que tal vez no exista esa palabra– de espacio, de vida, de tiempo, de manos, de teclados, de letras, de lo que sea que le permita existir.
La intensidad crece. Yo ya la iba sintiendo, los cimientos, el inicio, el llamado, el susurro, desde anoche. Pero anoche ya era muy de noche y tan de noche yo no le doy tanto gusto a las palabras. Yo espero a que haya luz a que mi cuerpo haya dormido a que las baterías estén llenas a que la mañana me encuentre dispuesta para lo que ella requiera de mí. Así que ya hay luz y ya hay baterías y ya tengo el teclado el computador cargado y ya la intensidad no es un susurro, ya es un comando, una orden, un decreto, una petición de la reina que nadie se atreve a ignorar.
Sería imposible ignorarla, a la intensidad, a las cosquillas, al movimiento interno, a la necesidad, a la reina.
Así que aquí estoy, recibiendo lo que viene, recibiendo lo que me esperaba, recibiendo lo que no puede esperar más, lista para descubrir su forma, su nombre, sus deseos, su voluntad.
*
Anoche recibí un libro de mi poeta favorita, toda su poesía reunida, su primera edición.
Llegué a mi casa –tarde, para mí–, tras sentir: estoy tan enamorada de la vida. Tras escribir un poema nuevo (el número 17, en once días, desde que decidí, ser la poeta que soy), tras comerme mi comida favorita, saboreármela, sumergirme en ella, con la música que me estremece el cuerpo, que gasto, que quemo, que vuelvo inútil tras oírla tanto, en mis oídos, con la certeza de que esto que nos habita es más grande que el tiempo, y aquí hablo en plural.
Tras darle vida, forma, colores, letras a la Academia de Creación, que viene, que nos espera, que nos está llamando, las está llamando, a ustedes, que me leen, las creadoras, las artistas, las emprendedoras, las que buscan su libertad a través de sus latidos, de sus creaciones, de sus ser dueñas de sus días y de su tiempo y de lo que viene.
Tras sentir en mis huesos, y hacérselos saber, que sé que vienen las Catalizadoras que faltan, a las que espero, a las que esperamos, porque esté grupo ya se está conformando, y tras decirles, también, que espero a quienes saben que yo soy la persona con la que quieren caminar juntas, que no quieren un grupo, que me quieren a mí, y cómo en ese espacio, las necesito muy montadas en el tren, no puedo trabajar con personas, que todavía, no lo han decidido.
Que permanecen más tiempo abajo, que arriba. No porque haya algo de malo con el abajo (parte del proceso), pero porque estando abajo, tal vez no sea el momento para crecer en compañía. Pero que de ser así, cuando estés arriba, te espero de este mismo lado (Mentorship 1:1).
Y si no estás arriba, no del todo, Catalyst te espera, para enseñarte a permanecer ahí. Y si ya estás arriba, desde hace tiempo, en ese tren que es tuyo, a través de cuyas ventanas, que son barrotes, se ve un campo muy verde y muy dorado, también hay espacio ahí para ti, en Catalyst, para ser una Catalizadora, para Catalizarte, hacia lo inmenso adonde te está conduciendo ese tren.
(Enlaces a estas puertas abiertas al final).
Pero esto no es lo que quería decir. Esto no es lo inmenso, lo apremiante, lo que reclama ser escrito (aunque lo sea, inmenso, apremiante, ser escrito).
Lo que quería decir es, que tras sentir todo lo anterior: a las Catalizadoras que vienen, lo que requiere mi espacio 1:1 de ustedes, los colores y las letras de The Creation Academy, la comida favorita, el poema número 17, y este enamoramiento hacia mi vida, llegué a mi casa, y en la portería, me encontré con ese libro de mi poeta favorita en el que había pensando justo ayer, por la mañana, en ella y en su libro.
Y llegué tarde, y me entregaron el libro. Y yo no entendía:
Esto qué es?
Por qué?
De quién?
Quién es el dueño de esta letra pegada?
Pero no era un dueño, era una dueña, una Escritora, con la que es mi más grande fortuna, compartir latidos.
Esa Escritora (para sanar, del Club de Escritura Lo que nos habita, libélula, decidida a recorrer la Travesía, y tanto más) me había dejado ese libro en mi portería, como regalo de cumpleaños, dos meses menos diez días después de mi cumpleaños, y yo recibí ese libro, y vi su nombre, y solo con eso, sentí las lágrimas agolparse, y pensé: no puede ser, cómo yo estaba tan feliz, y cómo esa felicidad, puede seguir expandiéndose, porque aquí está, expandida, más grande, más imposible, más inmensa.
Y llegué a mi casa, sintiendo esa imposibilidad, y abrí la puerta con el libro en mis manos, un libro empacado con un hilo azul profundo del fondo del mar, solo eso, un hilo azul profundo del fondo del mar.
Y ese hilo, que ella ya me había regalado antes, con otro libro, también de nuestra poeta favorita, me llevó atrás en el tiempo, cinco años en el tiempo, a otro hilo azul, que alguien a quien quise, también me regaló.
Yo me iba para la india. Estaba enamorada, muy tragada, un amor de verano, muy efímero, muy ficticio, muy lleno de eso que parece verdad sin serlo. No es cierto. Yo sabía que no era verdad, no parecía verdad, y aun así, quería que lo fuera. Así que me sumergí en ese amor de verano, sin sumergirme del todo, siempre con un pie afuera, porque aunque con esa persona el mundo estaba inundado de risas, la confianza, hacía falta.
Y el día antes de irme para la india, o un par de días antes, tal vez, porque el tiempo todo lo borra y lo confunde y se inventa engaños y uno ya nunca sabe qué fue lo que de verdad pasó, esa persona que inundaba el mundo –mi mundo– de risas –de carcajadas– me dijo que tenía un regalo para mí, y me dio una carta, y un hilo azul profundo del fondo del mar, y me lo amarró al tobillo.
Y yo me fui para la india, y nos despedimos sin despedirnos –la despedida vendría después–, y cuando llegó esa despedida que vendría después, yo corté el hilo azul, y todo lo que pudo haber sido, y no fue (poema sobre lo que vino después de la despedida, en Lo que queda después del sol).
Y ayer no corté el hilo azul, lo desaté, con cuidado, despacio, con tantas palpitaciones que me hablaban de amor.
Y abrí el libro y me encontré con una dedicatoria, con unas palabras, que escogería mil veces, junto con el hilo, antes que al libro.
Y aun así, qué fortuna contar con esa primera edición de ese libro, pero más que contar con esa primera edición de ese libro, con esas palabras, con ese tributo, con ese recordatorio que me dice: alguien tiene latidos como los tuyos. Alguien se encarga de que existas, aunque no estés ahí, con ella. Porque te ve, en eso que te regala, porque te encuentra, allí donde no estás tú.
Y luego supe, al terminar de leer, que esa dedicatoria la escribió un dos de agosto. Y expresamente así lo escribió: Feliz cumpleaños, un 2 de agosto. El día que escribo esto.
Y ya les conté lo que un dos de agosto significa, en el Fragmento anterior. Dos de agosto. Cuándo más. Y cómo no. Dos meses menos diez días después de mi cumpleaños. Y aunque no pueda creerlo, lo puedo creer.
Así que esto era lo inmenso, que venía.
Y por esa escritora.
Y por ese libro.
Y por esas palabras.
Y por ese hilo.
Y por esos hilos.
Y por la intensidad que ruge.
Y por esta vida.
Gracias.
Catalizadoras, empezamos el 30/08/23.
The Creation Academy. (Pronto).