Cuatro mujeres escriben frente a mí en la pantalla. Nos conectamos desde cinco países distintos. Las lágrimas empezaron anoche leyendo a un hombre al que conocí por error, de forma imposible. Las lágrimas volvieron hoy, al escucharlas a ellas leer sobre infancias que no fueron mías, sobre recuerdos que no se han borrado, sobre pozos profundos que todavía gritan. Las lágrimas llegaron hace catorce días cuando nombré a mi abuela; cuando me describí a mí con ella, cuando conté que a esa mujer que es mi origen le doy besos en la cabeza, le acaricio el pelo, le acaricio los brazos, solo a ella. Las lágrimas vuelven siempre cuando recuerdo que todas las personas a las que amo van a morirse, y que yo seguiré viva en su ausencia. Las lágrimas volvieron hace siete días cuando recordé que no sé cuál es la definición de la palabra equipo, de la palabra unidad. Las lágrimas vuelven siempre con los poemas: For you, a thousand times over & After all this time? Always. Las lágrimas llegaron hace cinco días cuando tuve un sueño en el que me quedaba sin cejas. Las lágrimas volvieron hace tres días con la historia de cinco hombres negros encarcelados durante muchos años por un crimen que no cometieron, adolescentes robados de la experiencia de tener mal sexo (y después buen sexo) siendo adolescentes, de darse un primer beso siendo adolescentes, de emborracharse y cometer errores siendo adolescentes. Las lágrimas volvieron cuando esa historia abrió la puerta, la ventana, la llave, el pozo que grita. Cuando el pozo gritó: estoy cansada. Cuando el pozo gritó: yo sé cuál es el punto de todo esto, pero cuál es el punto de todo esto, para qué todo esto, para qué vivir y morirnos, yo sé para qué vivir y morirnos, pero para qué vivir y morirnos, para qué tantos animales doliendo, para qué. Las lágrimas siguieron hace tres días cuando hablé con ella; con esa niña rubia, de pelo lacio, de miedo profundo, de valentía descarada, cuando le dije que la escogía a ella. Con todo lo que la ha hecho defectuosa. Con todo lo que nunca ha debido ser. Con todo lo que ha sido. Suyo. Solo suyo. Las lágrimas llegaron hace dos días cuando anhelé lo que no tengo; la vida contigo, la vida sin el pozo que grita. Las lágrimas siguieron anoche leyendo a un hombre al que conocí por error, de forma imposible. Las lágrimas volvieron hoy, al escucharlas a ellas leer sobre infancias que no fueron mías, sobre recuerdos que no se han borrado, sobre pozos profundos que todavía gritan. Nos conectamos desde cinco países distintos. Cuatro mujeres escriben frente a mí en la pantalla.
Todas lloramos.
Posdata:
Las cuatro mujeres que nos conectamos desde cinco países distintos a escribir, estuvimos escribiendo en compañía durante un mes, en mi taller de escritura expresiva: Latir con las manos (Latidos & Escritura). Es el espacio de escritura más hermoso que he podido guiar.
El escrito del hombre al que conocí por error (Jaime Arracó Montoliu), es el primer texto (La desembocadura), dentro de este substack: Revista: El Cobertizo #página3 de El viaje interminable por
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Demasiado 💛💛