No es primera vez que lloro por esa niña
pero es primera vez que recibí permiso para saber (o para sentir): tu primera tierra es suficiente.
Ayer lloré y lloré y lloré desde un lugar visceral, de cuarenta metros de profundidad, de casi 31 años de vida, enterrado en mis entrañas desde que era una recién nacida que no era capaz de respirar, saliendo a medianoche para la sala de urgencias; desde que era una niña de cinco años sostenida con fuerza sobre una camilla en un hospital; desde que era una niña de diez años esperando con terror a que sonara el teléfono, siempre por la noche, anunciado al domiciliario que traía la inyección del mes.
No es primera vez que lloro por esa niña; que lloro siendo esa niña.
Pero sí es primera vez que lloro por sentir el permiso para sentir ese dolor viejo, enterrado, vivo, todavía.
Es primera vez que mi mente entendió: hay un origen, hay una causa que explica todo lo que te sigue habitando hoy.
Y aunque lo supiera, aunque no fuera un recuerdo borrado y recién recuperado, aunque intelectualmente yo fuera consciente de lo que viví, aunque sintiera –sienta– ese miedo instalado desde entonces; había un cortocircuito, algo que no me permitía reconocer todo eso, como suficiente.
Suficiente para explicar el camino que elegí, suficiente para explicar por qué lo elegí, suficiente para sentirme “merecedora” de los espacios que habito hoy.
Me explico: hasta ayer yo pensaba que no había motivos suficientes para tener “todo esto tan jodido” dentro de mí.
Me explico: hasta ayer yo no le encontraba motivos lógicos a esta sensación de “fuckedupness” que me habita, de estar rota, que me ha habitado siempre.
Me explico: hasta ayer yo no entendía, por qué, si tuve la infancia tan hermosa que tuve, los papás tan inexplicables que tengo, la fortuna en medio de la que crecí, cargo este dolor tan profundo, este vacío –y miedo– del tamaño de dios, esta ausencia de funcionalidad dentro de mi sistema.
Sentía, con base en lo anterior, que yo no “merecía” ser alumna de mi profesora, ser compañera de mis compañeras, ser profesora de mis alumnas; porque a ellas les ha tocado más duro, porque en realidad este camino de alquimia, de ave fénix, de profundidades, no era para mí, como si hubiera llegado por error, como si de alguna forma hubiera terminado ahí, queriendo estar ahí, pero sin merecer estar ahí –aquí–: mi origen no era lo suficientemente profundo.
Lo fue.
Lo es.
Y ayer sentí, con lágrimas y espasmos y manos encalambradas, la profundidad de mi primera tierra.
Ayer recibí permiso para saber: lo que viviste fue importante, y por eso estás aquí.
Ayer todo hizo click: tu origen se corresponde con el miedo del tamaño de dios.
Tu origen se corresponde con tu tamaño.
Porque lo cierto es que, aunque sea diminuta (en tamaño), siempre he sentido que mi tamaño es inmenso; que hay algo más grande que yo; el motivo por el que estoy aquí, el camino que vive a recorrer, esperándome.
Pero mi mente siempre ha entrado a decirme: no es cierto, nada te espera, ese tamaño es una ilusión, te has equivocado, no deberías estar aquí.
Así que ayer lloré y lloré y lloré desde un lugar visceral, de cuarenta metros de profundidad, de casi 31 años de vida, enterrado en mis entrañas desde que era una recién nacida, una niña de cuatro, una niña de diez, al saber que por ella estoy aquí.
Ayer lloré porque recibí el permiso para llorar.
Ayer lloré porque recibí el permiso para apropiarme del tamaño que tengo, de la profundidad de mi tierra, de la historia que es mía para escribir, sobre esa tierra, gracias a ella.
Si recién llegaron a estos fragmentos de tiempo, cuando comparto escritos muy personales, como este, siempre hago una anotación que es: les pido no “consolarme”, no “darme consejos”, no “entrar a hacerme coaching” (quienes son coaches o terapeutas tienen esta tendencia muy fuerte), no entrar a “validarme” ni a decirme cosas tipo: eres merecedora, créetelo, guerrera.
Con eso dicho, valoro infinitamente sus mensajes, comentarios, siempre desde un lugar de “gracias” o desde aquello que lo que escribo ha generado en ustedes, sin entrar a “solucionar”, “suavizar”, “enseñar a partir de” la experiencia personal que comparto.
Gracias.
PD. Le abrimos espacio al sentir y a recibir permiso (o técnicamente: a dárnoslo), dentro de NUESTRA ARENA: espacio de entrenamiento (arena) de nueve meses enfocada en trabajo de ego, con el fin de aprender a dejar nuestras armas sobre el suelo, vivirnos distinto el espectro completo de la experiencia humana, y cultivar dosis exorbitantes de compasión hacia nuestros procesos y hacia lo que nos habita.
Empezamos el 6 de mayo, por un valor mensual muy reducido (y tenemos una clase gratis introductoria a este espacio, el 29 de abril).
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Esperamos a las que están listas para caminar con nosotras.
Aquí encuentras toda la información (incluido link de registro a la clase gratis).
Siento como si me estuviera leyendo a mí.
Cuánto poder en el permiso.
Permiso de abrir.
Ufffff... Gracias siempre. ❤️🔥💘