No tenemos otoño, pero tenemos guayacanes amarillos
Hace dos días iba manejando por las calles de mi ciudad (Medellín) y me encontré con todos los guayacanes amarillos florecidos.
Aquí, allá, por todas partes.
No es algo nuevo, no es algo raro, pero es algo extraño: tanto amarillo, al tiempo, en nuestra ciudad.
Y as algo alucinante, en su repetición, como la luna llena, que no es nada nuevo, no es nada raro, y aun así, todos los meses nos lleva a que nuestra cabeza alucine con sus saludos a veces más amarillos, a veces más blancos, más lejos, más cerca, en el cielo.
Aparte de extraño en su repetición, aparte de alucinante, el fenómeno de los guayacanes es muy macondiano: ese manto amarillo cubriendo los suelos, pintando el aire, cada cierto tiempo, siempre sin falta.
Gabo hablaba de mariposas amarillas.
Medellín habla de árboles del mismo color.
Al contemplarlos, al pensar todo lo anterior, otro pensamiento apareció en mi mente, que fue:
No tenemos otoño, pero tenemos guayacanes amarillos.
Se lo dicté a las notas del celular mientras manejaba, y ahí quedó la nota.
Cuando sentí el pulso para sentarme a escribir este Fragmento, volvió.
No tenemos otoño, pero tenemos guayacanes amarillos.
No tenemos esa belleza roja constante y alucinante en su repetición.
No tenemos hojas que adoptan distintos tonos, que se caen, que cubren los suelos, con las que se pueda jugar.
No tenemos esos paisajes ocres, esos paisajes incendiados, calientes en su frío, cálidos para el corazón.
No tenemos las transiciones repetidas, los ciclos de inicio y reinicio y cierre y volver.
No tenemos un verde muy verde que deja de serlo (porque siempre lo es).
No tenemos la fortuna de maravillarnos ante la posibilidad de ver lo que era, que ahora no es, o que sigue siendo lo mismo, sin serlo.
Pero.
Tenemos guayacanes amarillos.
Tenemos suelos inundados de alaridos felices.
Tenemos árboles que reclaman que todos los ojos volteen a verlos.
Tenemos aires inundados con el recordatorio de que es imposible que esto sea casualidad.
Tenemos tanta posibilidad de accidentes en la vía, porque al manejar es imposible no mirarlos, es imposible que nuestros ojos no los sigan, que no se queden con ellos, hasta que ya no haya forma de mirarlos más.
Así que.
No tenemos de eso otro.
Pero tenemos de esto nuestro.
Y en el fondo, sabía, al recibir el mensaje de la nota dictada al celular, que para eso me la habían mandado:
Para recordar, y recordarnos, que hay personas que tienen otoños, y hay otras, que sin tener otoños, tienen guayacanes amarillos.
Para recordar, y recordarnos, que hay personas que tienen cerezos rosados, y hay otras que tienen ceibas.
Para recordar, y recordarnos, que hay personas que tienen ballenas, y hay otras que tienen auroras boreales.
Para recordar, y recordarnos, que hay personas que tienen esto tan grande, y hay otras que tienen eso tan grande, tan distinto.
Ellas, con lo tan suyo, tan inmenso.
Nosotras, con lo tan nuestro, tan inmenso.
Nunca igual, nunca comparable, siempre grande, siempre distinto, siempre con esto lleva mi nombre, esta es la casa que habito, esto es lo que me habita a mí.
Así que.
Que los otoños que no tenemos,
no nos lleven nunca a olvidar,
nuestros guayacanes amarillos.