Se me olvida.
Se me olvida lo difícil que era mi vida hace unos años.
Se me olvida que no siempre fue así –como hoy–.
Se me olvida que se sentía como si no hubiera luz del otro lado.
Se me olvida que pensaba que nunca iba a poder llegar a ningún otro lado, que no lo lograría, que esta vida de adulta me quedaría grande, que esta vida emprendiendo –ni siquiera lo llamaba así–, que esta vida dictando talleres, me quedaría grande.
Se me olvida que fuertemente cuestioné si no debería volver al Derecho.
Si tal vez me había equivocado eligiendo esta vida para mí.
Se me olvida el vacío profundo al tener que levantarme de la cama.
Se me olvidan las ganas de estar dentro de una cárcel de máxima seguridad.
Se me olvida cómo mis dos únicos momentos “felices” en el día, era ver Orange Is the New Black al medio día antes de volver al trabajo, y al poner mi cabeza en la almohada por la noche.
Se me olvida que eran “felices” porque me permitían escapar de mi realidad.
Se me olvida que los viajes me salvaban porque eran eso: escapes de mi realidad, a la que no quería volver.
Se me olvidan las ganas de que el avión rumbo a Bogotá se cayera, y que yo me muriera con él.
Se me olvidan las pastillas psiquiátricas.
Se me olvida que lloraba porque no me las quería tomar.
Se me olvida que sentía que me iba a morir cuando dejaba de tomármelas, y que llegaba a donde mi mamá diciéndole que estaba muy mal, y ella me preguntaba: ¿te estás tomando las pastillas? Y yo le respondía: no.
Se me olvida la ansiedad que me generaba verme con mis amigas porque todas “tenían sus vidas resueltas” y yo no: salarios fijos, jefes, horarios estables –sí, anhelaba horarios estables y jefes–,
Se me olvida que solo quería acostarme en la camilla del local a dormir mientras estaba ahí, y que pasara el tiempo.
Se me olvida que me sentía absolutamente sola en el universo.
Se me olvida que lo poco que ganaba, todo se me iba pagando la administración del local.
Se me olvida que mi mamá me tenía que ayudar con una suma mensual, porque sino no tendría un centavo.
Se me olvida el terror.
La tortura que era cada día de clase.
Lo lentos que pasaban esos días.
Las ganas de vomitar, de morirme, de ser otra persona, de mandarlo todo para la mierda, porque en qué momento elegí yo meterme en esto? Pa qué? Te enloqueciste? Cuál es la necesidad de sufrir así? Es que sos guevona o qué?
Se me olvida que llamaba a mi mamá como aferrándome al único salvavidas en todos los mares de todo el planeta en medio de una tormenta que no daba tregua.
Se me olvidan los domingos antes de todo esto, cuando todavía era abogada –en proceso de serlo– y solo lloraba sobre el mat de yoga, sabiendo que al otro día tenía que ir a trabajar, con una ropa asquerosa que decía cualquier cosa, menos que esa era yo (y eso que la escogí lo más yo posible dentro de las circunstancias, la versión abogada de Luisa. Que al fin y al cabo, no es Luisa).
Se me olvida que esa versión no podía salir a almorzar porque había mucho trabajo.
Se me olvida todo lo que corría, literalmente, porque todo era urgente.
Se me olvida que mi jornada terminaba a las 5, y a veces tenía que quedarme hasta las 8, o hasta las 10.
Se me olvida esa mierda de vida que pudo haber sido la mía.
Volviendo al después; se me olvida el tanto tiempo que pasaba antes de tener una suma considerable –para mí– en mi cuenta de paypal.
El dolor y el miedo al verla esfumarse al pagar alguna inversión.
Se me olvida lo lento y gradual que ha sido todo.
Se me olvida lo mucho que me retaba antes todo: enseñar, promocionar, vender, soltar el guion, ser yo en redes, pero de verdad ser yo en redes (y este apenas, es el comienzo).
Se me olvida lo mucho que lo cuestionaba todo: el valor de esto (de precio, y de valor), la importancia de esto, la necesidad de esto, la forma correcta de hacer esto.
Se me olvida el terror a los compromisos a largo plazo.
Se me olvida lo mucho que me costaba la consistencia.
Se me olvida que durante cuatro años mi horario laboral se extendía hasta las 8 p.m.
Lo duro que me daba “empezar” a trabajar cuando ya todo el mundo estaba saliendo del trabajo.
Se me olvida que igual lo hacía.
Se me olvidan todas las salidas con mis amigas a las que les dije “no puedo” porque dictaba clase por la noche.
Se me olvidan los sábados por la mañana dictando clase.
Se me olvida la vergüenza que me daba decir que a esto es a lo que me dedicaba.
Se me olvida que enseñé cosas que no eran mías para enseñar; ese no era mi camino.
Se me olvida la duda infinita antes de decidirme a lanzar algo asustador: Travesía, El Club de Escritura, subir los precios de Escribir para sanar, que durante tanto tiempo fue un regalo.
Se me olvida eso: que regalé mi trabajo durante mucho tiempo.
Se me olvida todo el coaching que hice gratis por DM.
Se me olvidan las interminables prácticas para formarme como coach (you are the bravest fucking woman i know).
Se me olvidan las charlas en auditorios y en empresas (cómo me paraba ahí? tan aterrorizada?)
Se me olvida que atravesé la parte más difícil de todo esto, con un corazón roto.
Se me olvida que mi piel estuvo peor que nunca, en esa parte más difícil, y aun así, i showed up.
Se me olvidan las miles (literalmente, creo que ya son alrededor de 2,200) de publicaciones en Instagram.
Se me olvidan las palabras de las personas agradeciéndome.
Sus creaciones inspiradas por las mías, por mi valentía, por esta casa ajena puesta al servicio de sus procesos.
Se me olvida que no tuve vacaciones durante muchos años (porque para la mayoría, Instagram es un trabajo de tiempo completo, incluidos fines de semana, y festivos y lo que sea, hasta que eligen lo contrario).
Se me olvida que nada de esto ha sido un regalo ni azar.
Se me olvida que con mis manos he puesto cada ladrillo de esta casa.
Se me olvidan las puertas que se han abierto gracias a esos ladrillos, y que yo he decidido cruzar.
Se me olvida que no soy la Luisa que empezó.
Se me olvida cada contra todo propósito cumplido
- Los viajes que me he pagado
- Las coaches que he contratado
- Los gustos caros que me he permitido
- Las comidas deliciosas que me he regalado
- Los contenedores con los que me he comprometido (y aquí seguimos)
- Las deudas que he pagado
- Los anhelos del corazón que ya se pueden tocar
- La expansión en mi capacidad para generar recursos
Y cómo antes pensaba que nada de eso estaba en las cartas para mí.
Se me olvida eso: como un noviembre de 2020 (?) le dije a mis profesoras en clase:
Mi miedo es nunca poder independizarme. No tengo suficiente evidencia de mi habilidad creadora; con la materia, con los recursos. No estoy ahí.
Se me olvida toda la evidencia que construí para mí desde entonces.
La evidencia que sigo construyendo.
Se me olvida que todo esto me ha pedido estar a bordo.
Hoy recuerdo que lo he estado.
Que me monté al tren, al barco, a mi caballo con nombre de cielo furioso, sin saber a dónde me conduciría, creyendo que no me conduciría a ninguna parte.
Y ahora estamos aquí.
Ayer en instagram les presenté a Sienna.
Tengo mucho por contarles al respecto.
Gracias por leerme y acompañarme en la distancia, siendo parte de esta casa ajena que compartimos.
Luisa, tus palabras siempre son un abrazo. Pero hoy son el descanso que necesitaba. Gracias.