Siento escalofríos en todos mis brazos.
Les había contado que antes, cuando sentía escalofríos, yo siempre pensaba que era frío? Así de desconectada estaba de mi cuerpo, de mis latidos, de mi sensibilidad. O de desconectada no, porque ahí estaba ella, latiendo, en forma de escalofríos, pero mi mente lo negaba. la negaba. o eso intentaba.
Yo siempre he convivido con un gran síndrome del impostor, hoy ya casi ausente, pensando en mi trabajo y en mis creaciones, pero muy presente todavía, pensando en el lugar del que vengo, pensando en el lugar al que pertenezco, pensando en lo que compone mi sangre, en esta y en las tantas otras vidas que la han precedido, pensando en aquello que no se puede ver, pensando en el linaje, mi linaje, mi casa en las estrellas, pensando en las casas en las que he vivido, las hogueras alrededor de las cuales he bailado, en el fuego en el que me han quemado, en el poder que siempre ha sido mío, en mi espacio en la mesa, una mesa muy inmensa como para poder llamarla: propia.
Yo siempre he sentido: aquí adentro hay algo grande, algo ancestral, algo místico.
Pero mi mente siempre me ha dicho: tú? dentro de ti? Nah. tú no haces parte de eso, tú no tienes de eso, te lo estás inventando, no te creas tanto, eso no es para ti, no hay nada de eso dentro de ti, no es verdad eso que sientes.
Pero yo lo siento.
Y lo sentí hoy, con esos escalofríos inundando mis brazos.
Lo sentí hoy, con las sincronicidades que no es posible que yo me invente, que no tengo cómo negar.
Lo siente siempre, esa parte dentro de mí que sabe algo, que no yo sé.
Que mi mente me lleva a negar, a olvidar, a cuestionar, a ignorar, a no atender, a no nutrir, a no cultivar.
Porque, “para qué? si yo no tengo de eso. si no es verdad.”
Pero yo lo siento.
Y lo siento cada vez más.
Y por eso, ¿cómo no va a ser verdad?
Cómo voy a seguir negando esta verdad ancestral, que me habla de rosas, que me habla de francia, y del reino unido, y de los montes en el desierto y de una mujer acostumbrada a él y a los ojos negros, y de una mujer vestida de verde, o que es verde, ella, no sabría decirlo, que galopa a lo que da en su caballo negro, negro como el caballo que ya había llegado a mí antes, aquí, que no le teme al fuego aunque allí haya muerto, que es guardiana de los árboles centenarios, de esos que dan columpios, de esos que albergan casas llenas de sueños de infancia.
Cómo voy a seguir negando esta verdad ancestral, que me habla de girasoles, de figuras religiosas sin jamás haber tenido ni un ápice de proximidad a la religión, que me habla de la mujer azul que me encontró en un cuadro, que soy yo porque cómo no, que me habla de las piedras que nunca he visto, a las que siempre vuelvo, que son mi casa.
No tengo cómo seguir negándolo, porque los escalofríos, están aquí.
24/07/23