No tienes derecho a hacer esto
No tienes derecho a pararte frente al espejo y examinar obsesivamente lo imperfecta que es tu piel.
No tienes derecho a pararte frente al espejo y preguntarte si se te han caído las tetas.
No tienes derecho a revisar obsesivamente qué tan amarillos están tus dientes.
No tienes derecho a inspeccionar tu vulva para juzgar qué tan poco rosada es, criticar qué tan oscura es.
No tienes derecho a hundir la barriga para que ningún rollo esté a la vista.
No tienes derecho a acomodarte para hacer más placentera la vista de los demás, la vida de los demás.
No tienes derecho a avergonzarte por la sangre en tus pantalones, como si le hubieras robado a alguien. No le has robado a nadie.
No tienes derecho a usar brasier para que no se te vean los pezones.
No tienes derecho a cuidar la mirada del otro. Que se la cuiden solos.
No tienes derecho a restarle felicidad a tu felicidad, solo porque es una felicidad que tal vez no tienen otros.
No tienes derecho a no hablar de ti: mucho, largo, profundo, con todos los detalles, con todas tus historias, con todo lo que eres.
No tienes derecho a hablarle a quien no te escucha.
No tienes derecho a dejar de vivir esperando que alguien llegue para vivir contigo.
No tienes derecho a entregarle tu tiempo al tiempo, tu vida al tiempo, tu hoy al tiempo.
No tienes derecho a quedarte cuando sabes que es hora de irte.
No tienes derecho a irte cuando todavía hay motivos para quedarte.
No tienes derecho a avergonzarte de tus versiones pasadas de ti.
No tienes derecho a eliminar esas versiones, borrarlas, modificarlas en este presente, para que la vergüenza se vaya.
No tienes derecho a habitar un mes en el calendario que no es este que existe hoy.
No tienes derecho a transgredir lo real, por complacer las preferencias de los egos de los otros.
No tienes derecho a enfocarte en lo mucho que falta, olvidando lo tanto que viene, lo tanto que ha sido.
No tienes derecho a reprimir los impulsos de tu corazón.
No tienes derecho a no admirar, honrar, celebrar, reconocer tu arte, gritársela al mundo, como lo más amado, como lo más precioso, como una creación tuya, como una gestación tuya. Lo es.
No tienes derecho a no usar la ropa llena de latidos, las velas llenas de latidos, los aceites de rosas llenos de latidos.
No tienes derecho a no decir te quiero.
No tienes derecho a que tu ternura se quede guardada con llave en el cajón que no supiste a abrir. Aprende a abrirlo.
No tienes derecho a no decirle al mundo quién eres. Tú le dices al mundo quién eres, cómo te llamas, qué estás dispuesta a recibir, cuál es tu lugar aquí (a las personas, porque este Planeta Agua tiene más claro ese lugar que nosotras, y a ella no se lo decimos; ella nos lo dice a nosotras).
No tienes derecho a no escribir como si estuvieras respirando. You better write like breathing. Write like the motherfucker writer you are.
No tienes derecho a decirle a tus extrañas joyas ocultas que no son tan brillantes, que no tienen el color que te gusta, que deberían ser distintas (más diamantes, cuando las tuyas son esmeraldas).
No tienes derecho a que la poesía no te encuentre, a perderla de vista, a no vivirla (I do it for the poetry, gracias por esto, Chelsie Diane).
Cumplí 30 años el 16 de junio
Celebré en el mar del corazón de la tierra, con mi escritor preferido de todos los tiempos acompañándome, Rafael Chaparro Madiedo, y sincronicidad es que ese libro, su segundo, me encontrara cuando yo pensaba que solo existía uno, el primero, y terminarlo, sin planearlo, 10 minutos antes de nacer, el día de mi cumpleaños.
Celebré con mis personas acompañándome (el sábado, mis amigos de mi vida, el domingo, mi tribu; mi mamá y mis tías).
Pedí tres deseos al soplar las velas que trajo mi tía y que pusimos sobre dos porciones de chocolate que compramos en el aeropuerto, acompañándolas con agua de coco directa del coco, de la tierra, frente al mar.
El 17 de junio, a la mañana siguiente, empecé a sangrar.
Yo soy un reloj, mi sangre jamás se me adelanta. No debía venirme hasta dentro de 8/9 días. Pero llegó.
¿Por qué?
Porque estaba cerrando estos primeros 30 años en este planeta, y dándole la bienvenida a los siguientes.
Porque la vida sabe, y responde acordemente.
Y ella sabía, y yo no sabía, y por eso no entendía por qué sentía los pezones como más grandes, su forma distinta, más sensibles. Por qué en las fotos del día de mi cumpleaños me veía como más gruesa, como más llena, con mi vientre más abultado, más prominente, notorio.
Y la respuesta es que ella ya pronto llegaba.
Mi sangre para cerrar.
Mi sangre en mi retorno solar, mi sangre en semana de solsticio, sangrando todavía en solsticio (ayer, 20 de junio), con una luna muy llena (y con un encuentro muy sincrónico del que les cuento –creo– después).
You don’t get to do this
Ayer también, 20 de junio, fui a almorzar a un restaurante aquí en la playa.
Fui con pantalón y sin la parte de abajo del vestido de baño, sin calzones (ya no estoy usando jejeje).
Ya había sangrado durante tres días, y yo suelo sangrar muy poquito y suele durar tres días apenas (esto hace parte de mi regreso a la homeostasis dentro de mi cuerpo, porque ese ciclo tan cortico y tan poco abundante me habla de un desbalance hormonal, así como los ciclos muy largos y pesados y/o dolorosos, que también hablan de ausencia de homeostasis, los cuales no han sido mi caso).
Como pensé que ya no había más sangre, me fui así, relajada.
Estando allá me paré a pagar, y cuando me estaba devolviendo para mi mesa, una mesera me llamó.
–Hola!!!
–Hola
–Cómo estás?
–Muy bien gracias.
–Se me acerca y me susurra al oído: tienes el pantalón manchado.
–Sonrío y le respondo antes de ponerme roja: GRACIAS.
Me voy para mi mesa con una vergüenza aterradora. Como si me hubiera robado algo. Como si le hubiera robado a alguien y me hubieran descubierto. Como si no tuviera derecho a estar ahí. Como si me estuvieran echando porque no era bienvenida.
Me acomodé mi mochila wayú para que me tapara, colgándomela del lado opuesto al que normalmente me la cuelgo, y empecé a caminar con esa vergüenza de regreso a mi hotel.
Caminando por la playa, sintiendo esa sangre recorriéndome (sangre ahora de vergüenza, de sistema nervioso alterado, mi cuerpo completamente contraído), llegó la frase:
You don’t get to do this.
You don’t get to be ashamed.
You don’t get to walk as if you were covering up a murder.
No tienes derecho a hacer esto.
No tienes derecho a avergonzarte así.
Como si le hubieras robado a alguien.
Walk tall.
Camina alto.
Camina estando en tu cuerpo.
Si te ven manchada, que te vean.
Relájate.
Y eso hice.
Unas semanas antes de mi cumpleaños
Diseñé la invitación para enviarle a mis amigos.
Estuve mucho rato en pinterest buscando imágenes llenas de latidos.
Como el algoritmo ya está ajustado a mis latidos, las primeras imágenes eran muy de hada salvaje, de hada mágica de bosque. Y sí, eso hace parte de lo que me habita, pero no sentía que era por ahí.
Seguí buscando más, el algoritmo me fue mostrando también imágenes estilo Cleo (Cleopatra), Isis, diosa egipcia. Pero sentía que tampoco era por ahí.
Escribí en el buscador: celtic priestess, pero las imágenes que salían, aunque son, tampoco eran.
Escribí: celtic warrior. Guerrera celta. Y ahí se fue refinando la búsqueda, fui sintiendo el bajonazo de la verdad, de la certeza, de “estas son”, hasta que encontré la que era, a la que ya había visto antes, dentro de mí.
La quería guerrera, pero feliz. Y eso fue lo que encontré.
Muy vikinga (no he visto la serie).
Pero en realidad es celta.
Sacerdotisa celta guerrera.
Poeta celta.
Guerrera celta.
¿Pero por qué sacerdotisa guerrera? ¿Por qué guerrera celta? ¿Por qué guerrera y no hada mágica salvaje de bosque?
Porque siento que con mis 30 estoy entrando a una nueva etapa de womanhood, de mujer, de alquimia, de fuerza de la naturaleza, de fierceness, de guerrera que deja sus armas sobre el suelo.
Y por eso la representación tenía que ser desde ese lugar, no tanto desde ese mundo más mágico/colorido/verde lleno de árboles/infantil (que también me habita).
El 19 de junio decidí extender mi viaje de cumpleaños
No devolverme para Medellín con mi mamá y mis tías, y en cambio quedarme.
Ese día fui a mi primera clase de baile aquí (Palomino, La Guajira, Colombia). Una clase de danza primal.
¿Sincronicidades? Que la clase era enfocada en el segundo chakra; chakra sexual, de energía creativa, creadora, femenina.
Enfocada en sentir gozo, placer, disfrute, confianza, abrirnos a la vida, a esa energía femenina, haciendo énfasis en el movimiento de la cadera.
Enfocada en abrirle espacio a esa energía que ha sido coartada, reprimida, sofocada por el masculino con su búsqueda insaciable de poder, de dominar, de controlar, de SABER, con su estructura, con su pensamiento lineal, con el ego liderando el baile, con la mente por encima del corazón, con la distorsión que lleva pesando sobre este Planeta Agua durante tanto tiempo.
No puede ser, pensé mientras estaba en la clase.
Lo es.
Lo soy.
Sacerdotisa guerrera que deja sus armas sobre el suelo, que se abre ante la vida, conectada con su energía sexual, con reverencia y devoción hacia the feminine, hacia esa energía femenina que salva al mundo (nuestro mundo), a esa energía femenina que rigió sobre la tierra en forma de matriarcados llenos de poder (un poder intrínseco, que no se busca, por el que no se pelea, que se lleva dentro), en forma de divinidades femeninas, origen del universo, de la creación (nosotras).
Esa energía (nosotras, otra vez) llenas de magia, de compasión, de tierra, de nutrición, de equilibrio, de lo que es, de caos, de misterio, de posibilidad, de confianza, de fe, de rendición, de tormenta, de lo que nos habita.
Fragmento de tiempo recomendado, en el que escribí sobre la primera vez (foto) en que me encontré con mi sacerdotisa guerrera:
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Y gracias siempre por leerme.
¡Feliz Vida Lu! Mucha magia y salud en este nuevo año!