Empecé a responder las preguntas que me faltan para el corazón abierto #2, pero lo real me decía insistentemente: no.
Sí quiero escribir, pero no eso, no en este momento.
¿Entonces qué quieres escribir?
No sé.
Tal vez solo lo siguiente.
Quiero escribir
que por primera vez en mi vida
me sentí vista por quien soy
pero no por las partes que me gustan de quien soy
sino por las partes que no me han gustado de quien soy
que me han dolido tanto
que he querido cambiar tanto
que he creído que son defectuosas
insuficientes
y que alguien finalmente vio
como parte de las extrañas joyas ocultas
que me habitan.
Compartí casa en Phoenix, Arizona, durante cinco días, con otras seis mujeres, siete conmigo.
Norteamericanas
Inglesas (de ascendencia Malasia)
Mexicanas
Finlandesas
Colombianas (yo)
Todas llevamos sumergidas en el trabajo –de ego, de regreso a lo real que nos habita, de embodiment– durante un buen tiempo ya.
Hablamos el mismo lenguaje; tanto en lo que a trabajo interior se refiere, como a las prácticas de homeostasis (comida, rutinas, cuidados del cuerpo).
El último día, me estaba despidiendo de Molly.
Estábamos paradas una frente a la otra, solo mirándonos (Molly hace fácil que una despedida se vea así).
Mirándonos hasta que las lágrimas empezaron a caer.
Las suyas, las mías.
Mirándonos hasta que su cuerpo empezó a sacudirse con pequeños espasmos, mientras recibía la energía que el mío irradiaba.
Cuando llegaron las palabras, me dijo:
Your presence in this house was very needed.
A gift.
You gave me permission to not talk all the time.
I needed that.
Thank you.
Necesitábamos tu presencia en esta casa.
Fue un regalo.
Me diste permiso para no hablar todo el tiempo.
Yo necesito eso.
Gracias.
Mi silencio, ¿un regalo?
Sí, un regalo.
Mis pocas palabras, cuando no las hay, ¿un regalo?
Sí, un regalo.
Mi no ser parte del grupo (no siempre) ni de la conversación, ¿un regalo?
Sí, un regalo.
Mi ser más callada que el resto, ¿un regalo?
Sí, un regalo.
Para ella.
Para mí, que recibí el reflejo de lo luminoso que me habita, a través de ella.
Parece loco, pero no exagero: nadie nunca había reconocido esta parte de mí como algo valioso, como algo que da.
(Porque es muy distinto que te digan: eres muy buena escuchando –esto sí lo he recibido– a: tu silencio es un regalo).
Y yo siempre sentí que estaba en falta por ello.
Porque soy colombiana, Dios mío, latina.
¿Y no soy conversadora?
¿Y no soy extrovertida?
¿Y no soy la alegría con piernas?
¿Y no soy efusiva todo el tiempo ni con todo el mundo?
¿Y no quiero hablar la mayoría del tiempo?
¿Y me excluyo de la conversación?
¿Y no abro la boca muchas veces?
¿Y me falta chispa? (eso creen jejeje).
Esta ha sido una de mis grandes heridas; mi ausencia de palabras en un entorno en que la ausencia de palabras no es muy bien recibido.
Una herida que he trabajado mucho.
Y por eso en este viaje a Phoenix, fui tal como soy.
Cuando quería hablar, hablaba.
Cuando no quería hablar, no hablaba.
Cuando quería estar con el grupo, eso hacía.
Cuando no quería estar con el grupo, no hacía parte del grupo, incluso aunque estuviera compartiendo el mismo espacio con ellas (la sala, o la cocina, por ejemplo).
Fui yo, sin buscar “integrarme”, sin buscar “socializar”, sin buscar “ser más amigable”, sin evitar “ser tan retraída”, sin evitar “que piensen que soy antipática/callada/la chica diferente que se aleja del grupo”.
Fui yo.
Y alguien me vio por quien soy.
Y me dijo: en esa herida que te ha dolido tanto, yo he encontrado medicina para mí, una extraña joya oculta, que es tuya, y que ahora, es nuestra.
***
En este post, un resumen de lo que me entregaron estos últimos días (aparte de lo escrito en este Fragmento), en forma de poema:
Y dos episodios recomendados de Lo que nos habita podcast, a propósito de este tema:
*El primero de diciembre de 2022, y el segundo de febrero de 2022, así que les habla una versión pasada de Luisa, pero creo que la mayoría de lo expresado en ellos sigue vigente, especialmente en el más reciente (número 42).
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