Ese es mi prompt cada que quiero escribir algo, pero no sé qué escribir, porque hay una presión inconsciente detrás diciéndome que tengo que estar escribiendo sobre algo en particular, pero lo cierto es que no tengo que escribir sobre nada en particular –no tienes que nada–.
Qué escribirías, si no tuvieras que escribir nada.
Si estuvieras llena de tiempo, para vivirlo.
Si estuvieras llena de libertad, esa palabra que vuela (el arenal, colectivo panamera).
Les escribo desde Lucía, mi casita nueva.
Es curioso porque cuando estuve viviendo en la India, allá no eran capaces de pronunciar mi nombre, lo pronunciaban así: Lusia, como Lucía, pero sin el acento, y en cambio, de corrido: Lusia, Lusia.
Todas las veces. Todas las personas. Era como una imposibilidad dentro de su forma de pronunciar. No era que no supieran cómo se decía. Era que no podían.
Lusia. Lucía.
Lucía para mí es un nombre de mujer madura.
Y Lucía, para mí, significa llena de luz.
Seguro desde la etimología también, pero no he entrado a buscarla, y en este momento no tengo internet (no hay wifi, aquí en Lucía, entonces me comparto internet desde el celular, pero lo tengo en modo avión, porque, también en este momento, tengo tiempo, para vivirlo, y libertad, esa palabra que vuela, para elegirla).
No estoy diciendo que yo sea Lucía, así como Sienna tampoco era yo. Pero sí son, parte de mí. No las casas (también), pero los nombres. Lo que representan. Lo que van a representar, que en el caso de Lucía, todavía no sé lo que será eso (llevo una semana durmiendo en ella).
La intuición no está diseñada para protegerte de la vida.
La intuición está diseñada para llevarte a vivirla.
Llegó esta frase, y como estoy en modo: qué escribirías, si no tuvieras que escribir nada, me permití recibirla, y dejarla aquí, aunque en un principio parezca no tener conexión con lo que he escrito (la tiene). Ya la había recibido antes, hace unos días. La tengo en mis notas para –de pronto– algún post en Instagram. Pero como ya la escribí aquí, tal vez ese de pronto no llegue (tal vez sí).
La intuición no está diseñada para protegerte de la vida.
La intuición está diseñada para llevarte a vivirla.
¿Fue un error, haber elegido a Sienna?
¿Fue un error, si sentí el bajonazo que me dijo, en el instante en que puse pie en ella, en el instante en que vi las rosas colgando dentro de ella, que esa era?
Fue mi intuición, que, contrario a lo que la mayoría de gente cree; la intuición no tiene el propósito de protegernos de los errores, sino, paradójicamente, de llevarnos a cometerlos.
Porque los errores, y esta es la primera verdad, la más olvidada de todas: son los que nos permiten vivir, y recibir lo que es nuestro para recibir. (La primera regla, esa es otra, de la que escribí aquí).
Y aquí entra el juego en el lenguaje, o más bien, su falta de precisión en este plano humano tan complejo de habitar.
¿Fue un error? No, porque lo necesitaba. No, porque es lo que la vida quería que viviera. No, porque los errores no existen –allá arriba, será, porque aquí los errores son parte de todas nuestras arenas–.
¿Fue un error? Los hechos dirían que sí. Como con toda relación fallida, como con toda inversión que nos lleva a perder plata, como con toda elección que nos termina entregando algo que no era lo que queríamos –pero sí lo que necesitábamos, y por eso, no, no fue un error–.
En fin. No quiero convertir esto en un escrito técnico, educativo, espiritual (aunque creo que ya lo hice).
Quiero escribir, como si no tuviera que escribir nada.
El olor de los lirios es mi olor preferido. Nunca tuve flores en Sienna. Escribo con el olor de los lirios intoxicándome aquí en Lucía. Todas las azucenas son lirios, pero no todos los lirios son azucenas, fue una duda que despejé hace unos días, tras mucho tiempo viviendo con ella. Puse los lirios en un florero que no era un florero sino una jarra. Se veía divina. Puse el florero con los lirios afuera para que recibieran el sol. Había tanto viento que el viento lo tumbó y el florero que no era florero sino una jarra se quebró. Era una jarra vieja que me llevé de la casa de mi abuela cuando nos estábamos repartiendo sus cosas; tenía unas flores azules y por eso me gustó. Pero tal vez la vida, al quebrarlo, me dijo: no queremos nada viejo aquí. Viejo en términos de energía que pesa. Viejo en términos de energía que no es la tuya. Me dio tristeza, pero le di las gracias.
La primera mañana tras la primera noche aquí en Lucía me caí por las escaleras. No fue grave pero en el momento se sintió grave. Fue tan impactante el shock de la caída que, tras caerme, me desmayé. Dos impactos. Me desperté boca abajo sobre el suelo de baldosas heladas, solo veía mi sofá azul al fondo, sin absoluta idea de dónde estaba ni qué había pasado. No me aporreé con la caída –solo dolor en los músculos, parecido al que uno siente tras hacer ejercicio–, pero sí con la desmayada: un raspón grande en la rodilla. Una cicatriz más para la lista. Tal vez la vida me estaba diciendo: más despacio, reina. Aunque lo cierto es que hace mucho no tengo mucho afán. Tal vez la rapidez sigue siendo mental. Tal vez es esa rapidez la que la vida me pide que disminuya.
En este episodio de Lo que nos habita podcast les conté por qué me fui de Sienna (y terminó siendo una reflexión sobre la forma en que solemos elegir a nuestras parejas)
En este otro Fragmento de tiempo me sumergí en su llegada (una bitácora escrita y visual completa, y llena de latidos).